jueves, 27 de mayo de 2010

Salas, antesalas y en medio, vacío.

Nota: En vista de que no tengo tiempo para escribir nada que no pase por el parámetro de lo meramente filosófico pero me comprometí con mi devoto lector (sí, tú, quién más me animas siempre a que me desarrolle en todos los aspectos...) a escribir con frecuencia, he decidido rescatar algunos de los textos que he ido escribiendo a lo largo de mucho tiempo. Algunos forman parte de nada y otros de un todo, supongo. Algunos, como este, no son más que historias surgidas de mi propia mente... gracias a todo el que le dedique un tiempo.

--------------------------------------------------------------------

En mi particular visión del romanticismo, que cada día se revelaba más como una quimera desesperanzadora, había imaginado miles de veces que un corazón no era más que un desconcertante laberinto lleno de pasillos angostos y puertas inexpugnables cuyo destino dirimía en un sin fin de salas y antesalas de algún olvidado palacio en cuyo gran salón ceremonial la gente bebía sin sed, comía sin hambre, bailaba sin ritmo y festejaba sin auténtico entusiasmo. Simplemente concebía ese lugar permanentemente vacío, frío, aferrado a una única compañía invisible: la soledad.


Me preguntaba cual sería la fórmula más rápida y efectiva para dar calor a una estancia así e inevitablemente y como tal parece que el amor es la respuesta para muchos, pasé a cuestionarme su verdadero significado, a pesar de que irónicamente, no creía en el más que como una burla fatal a la que por algún extraño motivo no dejaba de buscarle un auténtico sentido.


A lo largo del tiempo había dejado a muchos entrar a celebrar en las salas contiguas a ese gran salón al que nadie jamás supo acceder y el resultado de ello no eran más que efímeros momentos de frágil felicidad. Inevitablemente la imposibilidad de que alguien penetrara en la parte más importante de mi interior, me llevó a preguntarme si acaso yo misma había decorado sus paredes de una oscuridad tan sutil que no quería que nadie contemplara las maravillas, incertidumbres y emociones que allí había guardado tan celosamente...


Pero todo quedó claro el día en el que viajaste a mi interior con la fuerza de un huracán y la rapidez de un rayo prendiendo todo con un abrasador fuego fatídico. Desmantelaste en un segundo toda esa falsa noción de tenebrosidad que había inventado para no dejar pasar a nadie y me permitiste conocer la auténtica oscuridad.


El espejismo falaz del mundo sombrío que había dibujado fue una inocente nimiedad en comparación con el resultado que tu devastadora acción dejó a su paso una vez que llegaste y te marchaste con la misma fugacidad. Tú, que tenías el poder de fortalecerme o destruirme, desdibujaste con tu nefanda indiferencia cualquier vestigio de esperanza y me legaste un puñado de ruinas, expulsaste del salón mis emociones y decidiste que el recuerdo de un fantasma pasaría a hacerme compañía.


Así pasé a refutar mi teoría de que el amor era una una triste ilusión, pues en la búsqueda de algo que iluminara esa estancia vacía y destartalada donde deseaba albergar un sentimiento acompañado, tu breve aventura por mi corazón sólo dejó a su paso más suciedad, más vacío y más soledad... tanta que en algún punto del fútil intento de expulsar al demonio interior que susurraba con tu voz y vestía tu piel, me acostumbre inevitablemente a ese legado de ruinas...

1 comentario:

  1. Siempre un placer leerte y conocer un poco más de tu compleja mente :)

    Interesante visión del romanticismo y el amor...

    1 devoto lector.

    ResponderEliminar