miércoles, 25 de agosto de 2010

¿Rendirme, yo? ¡Nunca!

¿Que sentido tiene en el diccionario de mi cabeza la palabra rendición?


Una cosa está clara. El significado de las palabras reside en la mente de cada individuo. Por lo tanto, lo que para unos puede considerarse rendición en el sentido de abandono, para otros, como es mi caso, rendición simplemente quiere decir algo bien distinto; una nueva oportunidad.


Ahora mismo, hago unos deberes que no deseo. ¿Porqué? La necesidad de demostrar la diferencia sustancial que puede tener una palabra en la cabeza (y en la vida) de una persona y otra. El verbo “rendir” tiene más de un valor, más de una significación. No todo se limita a llevarlo al extremo más pesimista de su significado. De vez en cuando, si dedicáramos unos minutos a escarbar sobre la superficie de las cosas, descubriríamos que debajo de ellas se esconde, a menudo, algún que otro color distinto al que se ve a primera vista. ¿No está el cielo cubierto siempre de nubes blancas? Y, aunque este se cubriera por completo de ese color... ¿no sabríamos que el azul sigue debajo de toda esa masa alba? Sí, puede que delire y que no haga más que teclear incongruencias, pero como digo, el sentido de todo en esta vida, de los actos, las palabras, las frases... todo se sustenta en la subjetividad.


Supongo que lo que quiero decir es que si nos molestáramos en coger un diccionario de vez en cuando caeríamos en la cuenta de la multiplicidad de valores atribuidos a ese verbo (y a cualquier otro). Rendirse no quiere decir, única y exclusivamente, “darse por vencido”. Basta, como digo, una ojeada a ese pequeño libro de sinónimos que la mayoría de la gente tiene sobre su escritorio acumulando polvo para ver que el verbo “rendir” responde a acepciones como “producir, beneficiar, capitular, acatar, entregarse...” ¿No todo suena tan mal como parece no?


Cada vez que me he rendido, nunca lo he hecho avergonzada, buscando un lugar donde esconder el resultado de mis esfuerzos finalmente inútiles. Sé que si lo hago es porque:


  1. Realmente nunca tuve ganas de eso que llaman luchar

  2. En mi fuero interno sabía que hacerlo era una muy mala idea y, en consecuencia e inteligentemente, opté por una retirada a tiempo

  3. Hice todo lo que pude y no pudo ser. A otra cosa mariposa.


En mi vida, considero que únicamente hay tres ocasiones en las que me he rendido realmente. Una de ellas tuvo lugar a temprana edad. Ya en mis primeros años en la escuela despuntaba como una auténtica negada para todo lo que tuviera que ver con los números y decidí rendirme aplicando aquí la regla número dos. Gracias a eso, empecé a desarrollar un interés paranormal hacia todo lo que tuviera que ver con las letras y el arte y unos años más tarde aquí estoy con mi carrera de comunicación bajo el brazo y alguna que otra habilidad artística. ¿Los números? ¡qué más da! Realmente, nunca me han sacado de un apuro y por suerte alguien inventó eso llamado calculadora.


La segunda vez que me rendí fue para aprender que dos no pueden si uno no quiere. En este caso lo que sucedió fue que después de tantas idas y venidas, después de aguantar tardes soporíferas frente a un ordenador o en alguna tienda de ropa, de escuchar como buena amiga “esto no me queda bien” “esto no le va a gustar a menganito”, descubrí que la que creía que era mi amiga, en verdad no lo era tanto. Y así, tan pronto como un día alguien se presenta ante ti, llega el día en el que también se va, con la misma celeridad o incluso mayor. Aquí hube de aplicar la regla número tres si no quería volverme loca. No soy la clase de persona que deja que otra se marche de mi vida así sin más, no al menos sin una explicación lógica y coherente y, aún así, mi mentalidad Tauro, mi enorme cabezonería y mi terquedad infinita me impiden querer aceptar los argumentos de la otra persona cuando se trata de abandonar mi amistad (o simplemente de discutirme algo en lo que creo que tengo la verdad absoluta). El caso es que en esta situación traté de hacer todo lo posible para no perder a una amiga, pero me cansé de dar mi brazo a torcer, de ser paciente, de ser comprensiva, de esperar y un día pensé que el mundo estaba lleno de gente maravillosa como para centrar toda mi energía en una. Al fin y al cabo, no estábamos hablando de un matrimonio que hubiera que salvar. Aquí también aprendí que los amigos vienen y se van y, a veces, los que llegan, son mejores.


Por último, la tercera vez en mi vida que opté por rendirme fue porque aprendí que de donde no hay, no se puede sacar. Nuevamente mi personalidad Tauro afloró para hacer que me empecinara en la tarea de salvar ahora, una relación. Mis energías estaban centradas en que todo tenía que salir bien, porque sí, porque yo no podía permitirme el lujo de fracasar en algo tan importante. Pero con el tiempo aprendí que la que estaba fracasando con tal actitud egoísta no era simplemente yo, sino también la persona que me acompañaba en esa relación y eso, no podía consentirlo. Así que decidí aplicar la regla número uno y dejar de luchar por algo en lo que, en realidad, nunca existió lucha.


Puede que todo esto hubiera sido suficiente para desanimarme, especialmente teniendo en cuenta que, en cuanto a las relaciones personales más importantes que debía mantener (mi pareja y mi mejor amiga) nada me había salido demasiado bien. Pero, cada una de las veces que me rendí, encontré algo mejor esperándome. Descubrí que me apasionaba el mundo de las letras, las cuales ahora forman parte de mi vida con más fuerza que cualquier cosa en este mundo. Encontré, además, más y mejores amigos y descubrí lo que era amar a alguien hasta que doliera tanto el cuerpo que pudieras sentir dentro tu alma tratando de liberarse de ese sentimiento.


Todo esto refuta mi teoría de que rendirse no es equiparable a darse por vencido, sino a abrir las puertas a nuevas oportunidades. Es cierto que no sabemos lo que vamos a encontrar al otro lado y puede que lo que nos espera no sea mejor, pero en mi caso, amo todo lo que ha venido detrás. Lo que hago es mi pasión, adoro a unos amigos con los que sé que puedo contar y por los qué sé de sobra que esta vez vale la pena luchar y sobre todo quiero con todo mi corazón a la persona de la que estoy (total e inexplicablemente) enamorada.


Y sé que con todo eso, lo que verdaderamente importa, no me rendiré jamás.

viernes, 4 de junio de 2010

Tic... tac...


El titilante ruido de dos simples manecillas de un reloj puede resultar algo ensordecedor cuando sabes que el tiempo corre en tu contra...


¿Pero en contra de qué corre mi tiempo? A veces pienso que su único intento consiste en huir de mi misma en un vano esfuerzo por deshacerse de aquello que es una pesada carga de la que resulta indefectible liberarse.


Sé que mi tiempo no correrá nunca más por ti y por mi, porque realmente, jamás llegó a existir un tú y yo ayer, ahora y, mucho menos, mañana. Pero resulta inevitable, superior a mis fuerzas pues cuando se trata de ti no puedo mostrarme sino como el ser más humano de la tierra, irracional en todos mis sentidos, actos y palabras.


He querido creer en la posibilidad de encauzar un sentimiento y ponerlo en el camino correcto, pero ahora veo que todos los esfuerzos me llevan al mismo punto de partida, ese en el que tú me esperas guardando el velo de mi poderosa y embustera imaginación pero no el de un mundo real dónde puedas ofrecerme la posibilidad de poner fin a esto que comenzó como un inocente juego y ahora parece no tener fin en mi.


Entiendo qué es lo que debería hacer, porque nunca un silencio interior había resultado desprender un grito tan desesperanzado y, a la vez esclarecedor, pero la debilidad, no en el sentido amplio de la palabra, sino la que siento por ti, me impide darte fin.


Sé que no debo temer perder por unas palabras que no se atreven a abrirse paso por mi garganta y salir a la superficie. Simplemente, no puedo perder porque nunca gané. Y ahora es tarde para que pueda parar una partida que me empeño en seguir jugando cuando soy consciente de que fue perdida incluso mucho antes de empezarla.


Ni siquiera contemplo la posibilidad de luchar por una revancha pues sólo sería una forma más de devolverme continuamente a la casilla de salida, dónde, sin poder evitarlo, ya parezco permanecer impávida esperando que ejecutes tu próximo movimiento, ese que sé que nunca llegará.


No vas a permitirme llegar a la final, pero tampoco puedo evitar seguir ansiosa esperando el pistoletazo de salida en la casilla de partida. Quizá, aquello que contabilizaba el tiempo de duración de esta partida debió de romperse para mi y aún sigue sonando en mi cabeza...


...ese tic, tac, que es todo lo que puedo escuchar mientras veo como el tempo de la vida transcurre para ti, pero no para mi...



- Cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado aquel en el que se pudo - Marie von Ebner-Eschenbach

sábado, 29 de mayo de 2010

Te dejo Madrid... por ahora.


Que un sueño no se cumpla no significa necesariamente renunciar a él. Pienso, o al menos necesito pensar, que deben existir mil y un motivos por los cuales mi momento de ir a Madrid no era ahora. Algunos enfocan sus sueños hacia personas, proyectos, ideas, viajes o más sueños...


Yo enfoqué mis expectativas hacia mi futuro. Pero mi futuro parece que no me espera allí o eso quiere hacerme creer el destino. ¿Es eso cierto? ¿debo renunciar porque he perdido una vez?


Pude haberme inducido a una espiral de negatividad pero no he querido que esta vez sea así porque aguardo en mi todavía una leve esperanza de ser yo la que, por mi propia voluntad, conduzca mi propio camino.


Tal vez mi error ha sido confiar que otros podrían encaminarme hacia una nueva etapa que comienza ahora, tras cuatro años que han sido el gran punto de inflexión en mi vida. Ahora me encuentro con las manos vacías pero mis ilusiones, lejos de decrecer, aumentan cada día porque hoy, más que nunca, me siento poseedora única de las riendas de mi vida.


Me va a corresponder a mi dirigir el lugar al que se orientan mis sueños y eso, me satisface más que nada ahora mismo. Siento que tengo la libertad en la palma de mi mano y no me atemoriza la responsabilidad para conmigo misma que eso conlleva. Me haré cargo de todas y cada una de las consecuencias que se deriven de mis decisiones.


La vida siempre me ha parecido un sinónimo de elección pues inevitablemente estamos eternamente obligados a elegir. Y en cuanto que elegimos creo en la existencia de un destino pero no uno marcado, como espiritualmente se puede llegar a pensar, sino el que yo construyo. Puede que mi sueño se haya roto ahora, a corto plazo, pero sé que si lo mantengo y, me mantengo en el camino adecuado, mi sueño solo dormirá un rato más hasta despertarse y hacerse realidad...


"Puedes llegar a cualquier parte siempre que andes lo suficiente" - Lewis Carroll

jueves, 27 de mayo de 2010

Salas, antesalas y en medio, vacío.

Nota: En vista de que no tengo tiempo para escribir nada que no pase por el parámetro de lo meramente filosófico pero me comprometí con mi devoto lector (sí, tú, quién más me animas siempre a que me desarrolle en todos los aspectos...) a escribir con frecuencia, he decidido rescatar algunos de los textos que he ido escribiendo a lo largo de mucho tiempo. Algunos forman parte de nada y otros de un todo, supongo. Algunos, como este, no son más que historias surgidas de mi propia mente... gracias a todo el que le dedique un tiempo.

--------------------------------------------------------------------

En mi particular visión del romanticismo, que cada día se revelaba más como una quimera desesperanzadora, había imaginado miles de veces que un corazón no era más que un desconcertante laberinto lleno de pasillos angostos y puertas inexpugnables cuyo destino dirimía en un sin fin de salas y antesalas de algún olvidado palacio en cuyo gran salón ceremonial la gente bebía sin sed, comía sin hambre, bailaba sin ritmo y festejaba sin auténtico entusiasmo. Simplemente concebía ese lugar permanentemente vacío, frío, aferrado a una única compañía invisible: la soledad.


Me preguntaba cual sería la fórmula más rápida y efectiva para dar calor a una estancia así e inevitablemente y como tal parece que el amor es la respuesta para muchos, pasé a cuestionarme su verdadero significado, a pesar de que irónicamente, no creía en el más que como una burla fatal a la que por algún extraño motivo no dejaba de buscarle un auténtico sentido.


A lo largo del tiempo había dejado a muchos entrar a celebrar en las salas contiguas a ese gran salón al que nadie jamás supo acceder y el resultado de ello no eran más que efímeros momentos de frágil felicidad. Inevitablemente la imposibilidad de que alguien penetrara en la parte más importante de mi interior, me llevó a preguntarme si acaso yo misma había decorado sus paredes de una oscuridad tan sutil que no quería que nadie contemplara las maravillas, incertidumbres y emociones que allí había guardado tan celosamente...


Pero todo quedó claro el día en el que viajaste a mi interior con la fuerza de un huracán y la rapidez de un rayo prendiendo todo con un abrasador fuego fatídico. Desmantelaste en un segundo toda esa falsa noción de tenebrosidad que había inventado para no dejar pasar a nadie y me permitiste conocer la auténtica oscuridad.


El espejismo falaz del mundo sombrío que había dibujado fue una inocente nimiedad en comparación con el resultado que tu devastadora acción dejó a su paso una vez que llegaste y te marchaste con la misma fugacidad. Tú, que tenías el poder de fortalecerme o destruirme, desdibujaste con tu nefanda indiferencia cualquier vestigio de esperanza y me legaste un puñado de ruinas, expulsaste del salón mis emociones y decidiste que el recuerdo de un fantasma pasaría a hacerme compañía.


Así pasé a refutar mi teoría de que el amor era una una triste ilusión, pues en la búsqueda de algo que iluminara esa estancia vacía y destartalada donde deseaba albergar un sentimiento acompañado, tu breve aventura por mi corazón sólo dejó a su paso más suciedad, más vacío y más soledad... tanta que en algún punto del fútil intento de expulsar al demonio interior que susurraba con tu voz y vestía tu piel, me acostumbre inevitablemente a ese legado de ruinas...

sábado, 22 de mayo de 2010

Se ruega silencio...



  • Calla, escucha.

  • No oigo nada.

  • Así es como te habla el silencio...


Me gustaría callar y dejar que el silencio hablará por mi, pero en la contemporaneidad, en esta época de caos, de procesos que se configuran a un ritmo vertiginoso y de ruido vacío, el silencio es algo incomprendido, abocado al fracaso o, cuanto menos, a caminar a la sombra del sonido.


El silencio no representa ese instante en el que cesa cualquier tipo de eco, rumor, tañido, estruendo o crujido. El silencio es cuando uno aprende a acallar las voces que desde dentro le piden que llene el vacío de su mente con más palabras y nuevos sonidos. Pero ¿porqué ese miedo a quedarnos solos con nosotros mismos?


Mientras el sonido acompaña, el silencio reflexiona. Mas, ¿quién quiere reflexionar en un mundo vibrante donde no hay tiempo para pararse a hacerlo? Lo triste de todo esto es que en la perdida del sentido del silencio, el sonido, que se ufana anticipando una victoria falaz, se trivializa. ¿Escuchamos los gritos de los que piden ayuda? ¿o los escuchamos como voces lejanas que resuenan en alguna parte de nuestra mente?


Quizá mi pensamiento sea excesivamente lacónico, quizá solamente se fundamente en una visión demasiado joven de la vida... pero pienso que si no dejamos al silencio reflexionar, mientras permitimos que el sonido grite, acalle cualquier raciocinio, comunique contenido vacío y susurre perturbadoramente... ¿cómo vamos a ayudar verdaderamente a quien lo necesite si los mensajes de socorro se deslizan tan sutilmente por nuestra mente como el agua se escurre entre los dedos? ¿cómo vamos a distinguir donde está la verdadera naturaleza del bien humano?


Puede que el sonido nos permita oír lo que traslada, pero no escuchamos el auténtico significado que entrañan sus palabras, sus mensajes... irremediablemente distorsionados y manipulados. Únicamente el silencio es capaz de desdibujar la falsa noción que atribuimos al dilatado mundo de sonidos internos y externos que nos acompañan.


El silencio es el sonido puro, esencia perfecta, esa que no perturba y sobre todo, no engaña a la mente humana. Pero quizá el conocimiento de su verdadero significado esté condenado a ser materia exclusiva de ascetas mientras que nuestro legado es ese mundo caótico y ensordecedor que nos deja oír, pero no escuchar...

jueves, 20 de mayo de 2010

Ahora sé porqué motivo dejé de escribir. En mi fuero interno traté de convencerme de que la desidia se había apoderado de este don o esta maldición que en demasiadas ocasiones me ha empujado a describir con mis dedos lo que con mis propias palabras no puedo. Mas, extraña e irónicamente, es en este momento de extremo delirio cuando comprendo con mayor lucidez que esa vaguedad no era tal, sino el producto del miedo que me producía ponerme frente a la hoja en blanco y que lo único que fuera capaz de escribir fuera tu nombre.


Pensé durante largo tiempo que te habías llevado mi capacidad para expresarme, pero que equivocada estaba. Sólo acuciaste mi deseo de expresión, mis ganas infinitas de declarar a cada instante lo que sentía, lo que me arañaba las entrañas insidiosamente, lo que retumbaba en mi cabeza como un eco ensordecedor...


Tú me has dado todas las palabras y motivos para escribir sin parar, más de lo que hubiera deseado y, sin embargo, he tenido miedo de enfrentarme a ellas como si de esa forma pudiera silenciar las voces que en mi mente no dejaban de susurrarme que debía escribir por y para ti.


Ahora me siento extraña, torpe e incluso incapaz de darle sentido a aquello que durante tanto tiempo he tratado de desterrar al imperio del olvido. Y me creía la falsa mentira de que se trataba de esa capacidad innata para escribir, pero en ese mundo alternativo era a ti a quien no quería darle espacio, salvo en un lugar remoto en el que quería acumular las cosas que no deseaba recordar, entre ellas, tú.


Pero la mente humana es caprichosa y si despierta podía y me empeñaba en dejar de escribir una historia de la que tú no fueras protagonista, en el mundo de mis sueños, el sólo hecho de cuestionarlo era ya un imposible. Allí, en el delirio de mi subconsciente, no sólo eres protagonista, sino dueña de un mundo que es tuyo y solamente tuyo. Y yo, por supuesto, tu devota subordinada.


Creía que dicho mundo existía únicamente en mis sueños, pero ahora, más despierta y más dormida que nunca sé que soy incapaz de sublevarme ya no a ti, sino a mis impulsos. Me revelo como mi propio enemigo cuando me siento cautivada por un embrujo febril del que no me permito despertar. Vagamente he logrado para mi efímera satisfacción creerme la falsa ilusión de que podía salir de esa turbulenta espiral de amor que trazaste para mi pero ahora sé que sigo inmersa en ella, justo en el punto crucial donde se desencadena una violenta vorágine que lleva a mi cabeza a dar vueltas y más vueltas buscando una salida, no esa que me libera de este dolor, sino esa que me lleve ante tu mirada aún cuando irónicamente sé que las expectativas de tus ojos se posan tan lejos de mi...


Pero no deseo ser observada por unos ojos que no me ven. Y es por eso, que quizá he caído en la cuenta de que esta locura ha llegado demasiado lejos y que para curarme necesito dejarte fluir entre palabras por el día para que, por las noches, no me atormenten los caprichos de un recuerdo que se presenta a reclamar un cuerpo, unos labios... en una realidad donde todo es ficción, donde no existen tus besos, ni tus caricias. Sólo existe la angustia que experimento cada mañana al despertar, al ser desterrada de ese mundo que inventé para ti y para mi a uno en el que sé que debo olvidarte inevitablemente.


Comprendo al fin que el dolor no deriva de cada palabra que dejo escapar, sino de los recuerdos inconscientes que me empujan una y otra vez a ti. De esa violenta espiral de la que me impido salir. Quizá tenga que dejar de empeñarme en abandonar las palabras y, simplemente, aceptarlas. Tal vez sólo ellas puedan devolverme al mundo real y hacerme olvidar que mis sueños sólo traen a mi cabeza un fantasma. Quizá sea hora de empezar a escribir esa hoja en blanco...


...quizá y sólo quizá, por una vez, no importe que sea tu nombre lo primero que escriba en un papel...